CORIOLANO GONZÁLEZ MONTAÑEZ 

(Santa Cruz de Tenerife, 1965)

 Licenciado en Filología Hispánica y profesor de Enseñanza Secundaria

Ganador de los premios de poesía «Félix Francisco Casanova» en 1984 y «Ciudad de La Laguna» en 1987, su obra de ese periodo queda antologada en el libro El viaje (poemas 1984-2000). Su obra posterior es Las montañas del frío (2005), El tiempo detenido (2006), Otra orilla (Cuadernos de Guillermo Fontes) (2008), Retorno (The dream is over) (2009), Călătoria (El viaje), (Traducción al rumano y prólogo de Eugen Dorcescu, 2010), la luz, (2010), Cuadernos y notas de viajes (1988-2009), (2011), Mapa del exilio (2016), Premio “Pedro García Cabrera” convocatoria de 2014, Mapa de la nieve (2019), Premio “Julio Tovar” convocatoria de 2018, Padre (2002-2016) y El viaje II (poemas 2002-2019) (2021).

Figura en distintas antologías, entre las que destacan La nueva poesía canaria (Editorial Verbum. Madrid, 2001), Los transeúntes de los ecos (Antología de poesía contemporánea en Canarias) (Editorial Arte y Literatura. La Habana, 2001), Poetas de corazón japonés (Antología de autores de “El rincón del haiku) (Editorial Celya. Salamanca 2005), 55 poeţi contemporani (Compilación de Valentina Becart), (Editura Arhip Art, Sibiu, Rumania, 2010), Poesía canaria actual (A partir de 1980) (Compilación de Miguel Martinón), (Ediciones Idea, Canarias, 2010), Ανθολογία Σύγχρονης Ισπανόφωνης Ποίησης (Antología de la poesía iberoamericana contemporánea) (Atenas, 2013), Un viejo estanque (Antología de haiku contemporáneo en español) (Ed. Comares, Col. La Veleta, Granada, 2013), Poesía canaria actual (1962-1992) (La Manzana Poética, Córdoba, 2016).

 Su última obra, La escritura plural (33 poetas entre la dispersión y la continuidad de una cultura) Antología actual de poesía española (Compilación de Fulgencio Martínez y prólogo de Luis Alberto de Cuenca), Ars Poética, 2019.

Sus poemas han sido publicados en las revistas “Ágora”, “Cuadernos del matemático” y “Piedra del molino”. Ha colaborado en la revista especializada en haikus “Hojas en la acera”.

Ha traducido del rumano los libros del poeta Eugen Dorcescu el camino hacia Tenerife (drumul spre tenerife) (2010) y Las elegías de Bad Hogfastein (2013)

Ha sido traducido al rumano, al gallego, al amasik y al griego.

|  POESÍAS  |

CORIOLANO GONZÁLEZ MONTAÑEZ 

(Santa Cruz de Tenerife, 1965)

 Licenciado en Filología Hispánica y profesor de Enseñanza Secundaria

Ganador de los premios de poesía «Félix Francisco Casanova» en 1984 y «Ciudad de La Laguna» en 1987, su obra de ese periodo queda antologada en el libro El viaje (poemas 1984-2000). Su obra posterior es Las montañas del frío (2005), El tiempo detenido (2006), Otra orilla (Cuadernos de Guillermo Fontes) (2008), Retorno (The dream is over) (2009), Călătoria (El viaje), (Traducción al rumano y prólogo de Eugen Dorcescu, 2010), la luz, (2010), Cuadernos y notas de viajes (1988-2009), (2011), Mapa del exilio (2016), Premio “Pedro García Cabrera” convocatoria de 2014, Mapa de la nieve (2019), Premio “Julio Tovar” convocatoria de 2018, Padre (2002-2016) y El viaje II (poemas 2002-2019) (2021).

Figura en distintas antologías, entre las que destacan La nueva poesía canaria (Editorial Verbum. Madrid, 2001), Los transeúntes de los ecos (Antología de poesía contemporánea en Canarias) (Editorial Arte y Literatura. La Habana, 2001), Poetas de corazón japonés (Antología de autores de “El rincón del haiku) (Editorial Celya. Salamanca 2005), 55 poeţi contemporani (Compilación de Valentina Becart), (Editura Arhip Art, Sibiu, Rumania, 2010), Poesía canaria actual (A partir de 1980) (Compilación de Miguel Martinón), (Ediciones Idea, Canarias, 2010), Ανθολογία Σύγχρονης Ισπανόφωνης Ποίησης (Antología de la poesía iberoamericana contemporánea) (Atenas, 2013), Un viejo estanque (Antología de haiku contemporáneo en español) (Ed. Comares, Col. La Veleta, Granada, 2013), Poesía canaria actual (1962-1992) (La Manzana Poética, Córdoba, 2016).

 Su última obra, La escritura plural (33 poetas entre la dispersión y la continuidad de una cultura) Antología actual de poesía española (Compilación de Fulgencio Martínez y prólogo de Luis Alberto de Cuenca), Ars Poética, 2019.

Sus poemas han sido publicados en las revistas “Ágora”, “Cuadernos del matemático” y “Piedra del molino”. Ha colaborado en la revista especializada en haikus “Hojas en la acera”.

Ha traducido del rumano los libros del poeta Eugen Dorcescu el camino hacia Tenerife (drumul spre tenerife) (2010) y Las elegías de Bad Hogfastein (2013)

Ha sido traducido al rumano, al gallego, al amasik y al griego.

 

 

 

 

 

|  POESÍAS  |

Valle de Ucanca

Cenizas a las cenizas.

La canción suena en mi cabeza.

No importa qué significa el resto de la letra,

repito el estribillo como un mantra.

 

Subimos por la carretera hacia el volcán.

Hace décadas un tío abuelo

trabajó entre malpaíses y montes

para abrirla y roturar el paisaje,

al mismo tiempo que el bisabuelo

abandonaba con sus cabras

un lugar que ahora se le prohibía.

Pienso en ello mientras pasamos

junto a auchones abandonados.

 

Aparcamos y nos dirigimos hacia el sendero.

Llevo la urna con tus cenizas, padre.

Catorce años aguardando, aguardándonos.

Quitamos la tapa. Te cojo con mis manos,

te lanzo con fuerza al viento,

te lanzo con rabia.

Tus cenizas trazan olas sobre las retamas,

caen dibujando senderos blancos.

Tus cenizas suenan en la urna, en el aire,

tu carne y tus huesos

en el cielo abierto del atardecer.

 

El tacto frío, áspero y suave, de ti.

Te llevo a mi boca.

El sabor ácido.

Al fin libre, padre.

 

Cenizas a las cenizas.

La piedra del valle

 

Padre, he vuelto al valle donde te esparcimos

hace ya una semana.

He vuelto solo

y allí estaban, esperándome, inmóviles,

los trazos de tus cenizas blancas.

No las grises que dibujaron

tirabuzones en la tarde,

sino las blancas,

aquellas que no eran cenizas

sino restos triturados de tus huesos,

aquellas que caían

y no se fundían con el viento.

Pasé mi mano por las diminutas esquirlas

de tu cráneo o de tu fémur

o del tórax que albergara tu corazón.

Cogí los pequeños restos de ti

y traté de desmenuzarlos

con mis dedos,

de retornarlos a la tierra.

Pero abandoné la tarea

por inútil y carente de sentido.

Con las manos y los pies

traté de confundirlos con el polvo,

pero siempre emergía el tono marfil

que se extendía hasta las retamas.

 

Entonces me senté en la piedra, padre.

Y contemplé el volcán mientras miraba

el lugar de las cenizas.

Recordé cómo mamá cogió tu urna

y quiso esparcirte de una sola vez al viento,

cómo el recipiente se le escapó de las manos

y casi le golpeó la cabeza,

cómo lo cogí al vuelo

mientras mucho de ti se depositó

ahí donde ahora miraba.

Luego continué arrojándote

con rabia y desespero.

 

Pero todo es inútil, padre.

Sigues aquí y ni siquiera el viento

que ahora sopla en el valle

logra dispersarte.

Te quedarás para siempre,

tiñendo el tono de la tierra de los ancestros.

Bastará con remover la superficie

y aparecerás.

 

O quizá te lleven

o te confundas o te pierdas

cuando lleguen las lluvias y las nieves.

O quizá no.

 

Pero yo volveré y me sentaré

otra vez en la piedra

para hablarme o hablarte.

Que es lo mismo.

Para buscar restos de tus huesos

y deshacerlos en mis dedos

y darme cuenta

de que jamás te irás.

Valle de Ucanca

Cenizas a las cenizas.

La canción suena en mi cabeza.

No importa qué significa el resto de la letra,

repito el estribillo como un mantra.

 

Subimos por la carretera hacia el volcán.

Hace décadas un tío abuelo

trabajó entre malpaíses y montes

para abrirla y roturar el paisaje,

al mismo tiempo que el bisabuelo

abandonaba con sus cabras

un lugar que ahora se le prohibía.

Pienso en ello mientras pasamos

junto a auchones abandonados.

 

Aparcamos y nos dirigimos hacia el sendero.

Llevo la urna con tus cenizas, padre.

Catorce años aguardando, aguardándonos.

Quitamos la tapa. Te cojo con mis manos,

te lanzo con fuerza al viento,

te lanzo con rabia.

Tus cenizas trazan olas sobre las retamas,

caen dibujando senderos blancos.

Tus cenizas suenan en la urna, en el aire,

tu carne y tus huesos

en el cielo abierto del atardecer.

 

El tacto frío, áspero y suave, de ti.

Te llevo a mi boca.

El sabor ácido.

Al fin libre, padre.

 

Cenizas a las cenizas.

La piedra del valle

 

Padre, he vuelto al valle donde te esparcimos

hace ya una semana.

He vuelto solo

y allí estaban, esperándome, inmóviles,

los trazos de tus cenizas blancas.

No las grises que dibujaron

tirabuzones en la tarde,

sino las blancas,

aquellas que no eran cenizas

sino restos triturados de tus huesos,

aquellas que caían

y no se fundían con el viento.

Pasé mi mano por las diminutas esquirlas

de tu cráneo o de tu fémur

o del tórax que albergara tu corazón.

Cogí los pequeños restos de ti

y traté de desmenuzarlos

con mis dedos,

de retornarlos a la tierra.

Pero abandoné la tarea

por inútil y carente de sentido.

Con las manos y los pies

traté de confundirlos con el polvo,

pero siempre emergía el tono marfil

que se extendía hasta las retamas.

 

Entonces me senté en la piedra, padre.

Y contemplé el volcán mientras miraba

el lugar de las cenizas.

Recordé cómo mamá cogió tu urna

y quiso esparcirte de una sola vez al viento,

cómo el recipiente se le escapó de las manos

y casi le golpeó la cabeza,

cómo lo cogí al vuelo

mientras mucho de ti se depositó

ahí donde ahora miraba.

Luego continué arrojándote

con rabia y desespero.

 

Pero todo es inútil, padre.

Sigues aquí y ni siquiera el viento

que ahora sopla en el valle

logra dispersarte.

Te quedarás para siempre,

tiñendo el tono de la tierra de los ancestros.

Bastará con remover la superficie

y aparecerás.

 

O quizá te lleven

o te confundas o te pierdas

cuando lleguen las lluvias y las nieves.

O quizá no.

 

Pero yo volveré y me sentaré

otra vez en la piedra

para hablarme o hablarte.

Que es lo mismo.

Para buscar restos de tus huesos

y deshacerlos en mis dedos

y darme cuenta

de que jamás te irás.